LA VOZ y la opinión


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Ricardo


Perdido como estaba en mi nuevo colegio, busqué algún compañero que quisiera orientarme, o al menos, que me prestara atención para no sentirme tan aislado de los demás, que se conocían de años anteriores.
Sin mucho criterio en la elección, escuché a la maestra tomar lista y al oír el nombre Ricardo Jacobo Manguel, me acerqué durante el recreo al susodicho.

Puede que haya influido esa tendencia de los judíos a acercarse a sus pares ,al menos no será un antisemita, habré pensado algo así cuando trabé conversación con Ricardo por primera vez.
El chico rubio y de ojos claros, me miró con cordialidad, luego en la clase de alemán que para mi era una novedad, (los padres no consultaban con sus hijos en esa época), Ricardo se dio cuenta de mi ignorancia y ya que el lo hablaba desde la cuna, ofreció ayudarme con el idioma de Goethe.

Algunas veces vino a casa, yo concurrí otras a lo de el, lo curioso es que no iba a un hogar, sino a una especie de club restaurante alemán, en el que su madre regenteaba la cocina.
Yo iba en horario de tarde y todo el trajín del lugar era por la preparación de las cenas que se servirían por la noche.

Ricardo y yo ocupábamos una de las mesas y sacando nuestros cuadernos comenzábamos nuestra tarea.
En otra de las mesas, un hombre rubio, de tez muy blanca y con los mismos ojos azules de Ricardo, desplegaba cuadernos de contabilidad que cubría con una letra prolija y perfecta.
Fue allí la primera vez que vi letras góticas, realizadas con plumas especiales que el señor empuñaba con habilidad.

No soy de mirar detalles, pero me llamó la atención lo diferentes que eran los padres de mi amigo a los míos propios.
Lotti, la madre era una mujer robusta, de huesos anchos, pelo rubio en rodete a la nuca, andar pesado y tosco, para colmo, a cada rato blandía un palo de amasar que, unido a su voz gruesa, me inspiraban cierto temor
.Karl, el padre era todo lo contrario, todo en el era delicadeza, su modo de hablar, suave y pausado, un andar elegante cual deslizándose y una voz que, si bien sonaba varonil ,parecía susurrada, tanto cuando se dirigía a mi en español o a su familia en alemán.

Completaba la familia una niña, un par de años menor que mi amigo, era de cara regordeta, cachetes colorados y trenzas rubias alrededor de una cara que bien podía haberse dibujado con un compás por su redondez.

Pronto me alegré de la similitud del idioma alemán con el idish que se hablaba en mi hogar.
Pregunté a Ricardo por esa semejanza y para mi sorpresa, el no sabía que era el idish, (dialecto del alemán usado sólo por los judíos). Cuando le inquirí sobre el particular, ya que su nombre Jacobo es muy propio de los hebreos, me contestó que su padre lo era, pero el sabía poco y nada al respecto, pues era un tema no tratado en las mesas del club comedor.

En la ocasión en que por un detalle del vestuario, donde nos cambiábamos para educación física, observé que era incircunciso y el me vio a mi con diferencias, le pregunté al respecto.
No tenía idea del tema de la circuncisión judaica, yo tampoco tenía muchas nociones sobre el particular ,(aclaro que éramos niños de 8/9 años en la década del 50 ), pero algo le dije sobre el pacto de D” con Abraham, que eso era lo único que sabía en relación al tema.

Con el tiempo, yo seguía mal en alemán pero sobresalía en redacción, composiciones y temas afines, Ricardo no pegaba una en eso, era demasiado estructurado para imaginar supuestos.
Gracias a D”, nos tocó al año siguiente una maestra que nos daba por tarea para el hogar, escribir composiciones sobre temas libres o sugeridos por ella.

Para mi era placentero hacerlo, para mi amigo un calvario poder escribirlas sin copiar de un texto.
Así fue que hicimos una extraña complementación, él me hacía los ejercicios de alemán sin faltas y yo le escribía el texto de las composiciones, que luego el transcribía con su letra prolija y meticulosamente hecha.
Ese fue el motivo por el cual concurrí asiduamente al club comedor y pude observar más en detalle a su grupo familiar.
La mamá de mi amigo no me trataba mal, es más, siempre me traía para merendar unas “berlinesas” que inevitablemente manchaban mi ropa y cuadernos con azúcar , mermeladas y demás.
Lo que ocurría es que su manera de hablar , sonaba siempre en imperativo, cual si estuviera dando órdenes aunque no lo hiciera, su idioma sonaba a jerga castrense, en especial con su marido, hijos y con los ayudantes de cocina que tenía en el lugar.

Al mismo tiempo que al colegio alemán, yo debía concurrir a diario a la escuela hebrea,(añorado N. Guezang), en el que tomaba conciencia de mi identidad judía y lo que eso representaba para mi.
Por eso, cada encuentro con Ricardo para ambos era difícil, yo no entendía su no ser judío, el no comprendía mis aficiones, inclusive creo, tenía cierta negación sobre su origen paterno.

En cambio, su papá en cuanto tenía oportunidad me preguntaba sobre mis estudios judaicos, hábitos de mis padres en relación a la religión etc.
Siempre lo hacía con suma delicadeza, escuchaba con atención y luego, abruptamente pero amable me decía: !bueno ,hay tarea para hacer, para ustedes y para mí, ¡a trabajar!, dando por finalizada la conversación.
Estudié tres años más junto a Ricardo, pronto otras compañías me interesaron, supongo que a él le ocurrió igual y nos alejamos sin enemistad alguna.
Al finalizar el primario, nos despedimos con clásicas promesas de reencuentros que nunca se concretaron, como suele suceder ..No volví a verlo jamás, tampoco a sus padres.
Quince años más tarde, me desempeñaba como docente en la Facultad de Agronomía y en un viaje a La Pampa, constaté en la nómina de alumnos, uno de apellido Manguel y de nombre Jonathán.
El viaje era largo, hablé con alguno de los estudiantes y en cuanto estuve al lado del mencionado, se me ocurrió preguntarle si tenía algún parentesco con aquel olvidado Ricardo Jacobo, ex compañero de la primaria.

Para mi sorpresa, me contestó afirmativamente, era un primo directo, pero no tenían trato frecuente.
Aproveché y le conté mi relación con el antiguo condiscípulo y lo extraño que me resultara su grupo familiar.
Jonathán, sorprendido me respondió :entonces no conoces su historia?

Ante mi negativa y dado que el trayecto a recorrer aún era extenso, el muchacho me dio algunos datos sobre mi ex compañero y su familia.
No tengo precisión de fechas y lugares porque no me los dieron, pero aparentemente todo comenzó en Alemania a fines del año 1938

Karl Manguel era hijo de una familia judía acomodada de Berlín, estaba por terminar sus estudios en una carrera relacionada con la economía y trataba por todos los medios de graduarse, pese a las limitantes que ya pesaban sobre los judíos alemanes.

Una parte de la familia había conseguido escapar a Sud América, pero por ignotos motivos, Karl y los suyos, no lo hicieron a tiempo. En 1938, el 8 de Noviembre ,después de la Kristalnacht, Karl y su padre fueron llevados a un campo de detención cercano a Berlín, los soltaron pocos días después, destrozados física y anímicamente.

El mundo de brutalidad, con guardias SS, kapos, perros de presa y demás, era la antítesis de lo que Karl era, por tanto, lo sufrió mucho más que aquellos que, proviniendo de estratos sociales más bajos, conocían la ralea que florece en las clases marginadas.

La supervivencia de Karl era muy improbable.
Sin embargo, en una fatídica selección, donde sólo el azar decidía la vida o la muerte de los internados, el destino se acordó de él.

Una kapo o equivalente que regenteaba los comedores se “apiadó” de Karl, lo llevó a realizar tareas en las cocinas, puesto ambicionado por todos, ya que era una probabilidad más de sobrevivir si se lograba alimentarse por encima de la mísera ración asignada a cada uno.
La kapo era Lotti, una egresada de la juventud hitlerista, que por supuesto odiaba todo lo que tuviera relación con lo judaico. Pero, aparentemente la naturaleza de Karl, tan delicado y distinguido pese a las condiciones, era un plato al que ella, en condiciones normales no hubiera podido aspirar.

Lo que ocurriera entre ellos, es sólo tema de especulaciones, ignoro que sentimientos primaron para que continuaran juntos tanto tiempo.

Tal vez Lotti era una persona de buenos sentimientos puesta en el sitio equivocado, o tomó una presa para si, deseando saborear un bocado prohibido.
Lo cierto es que durante el tiempo que duró la guerra, estuvieron de algún modo juntos o al menos en contacto.

Según dijera Jonathan, Lotti inclusive logró llevar a Karl a su domicilio y mantenerlo oculto de las razzias y capturas, con lo cual, más allá de los motivos que tuviera, arriesgó su vida para salvar la de un judío.
¿Cuál fue la relación que se dio entre ellos?, no lo se, tal vez fue de sometimiento por parte de Lotti o puede que Karl se sintiera con una deuda formidable de gratitud hacia su salvadora.

Lo concreto es que, pasado el período bélico, fue Karl quien se ocupó de proteger a Lotti, llegando a atestiguar en su favor, a fin de evitarle la degradación que, merecida o no, todo el pueblo alemán debió sufrir.
Que los hizo mantenerse unidos después?, lo ignoro, tal vez, el hecho de afrontar juntos vivencias tan extremas formó entre ellos un vínculo indestructible.

Habrá habido lugar para el amor entre ellos? No lo se, son insondables los vínculos que a veces unen a las parejas, por diferentes que sean entre ellos.
En el mundo actual en que las relaciones suelen ser efímeras, llama la atención que víctima y victimario puedan permanecer unidas.

No tengo dudas que nace como una relación enfermiza en la que no hay un yo - tu en igualdad de condiciones, pero la evolución posterior, escapa a mi diagnóstico y seguramente a mi comprensión.
De cualquier modo, seguían juntos cuando Jonathan me relató estos hechos, ¿cómo habrán sido sus días o sus noches?, sólo ellos lo sabrán y ningún extraño tiene cabida en su intimidad.
Prontos a arribar a destino, pregunté por Ricardo, me respondió que era economista, que residía en Alemania y que nunca se había relacionado con el mundo judío.
Para mi sorpresa, me informó que en cambio su hermana, la de la cara redonda, no sólo se había casado con un muchacho judío, sino que se había integrado totalmente a la comunidad.
Me dejó muchos temas para reflexionar y ninguna certeza respecto a la conducta humana.
Actuamos en ocasiones, de modo tan impredecible, tan lejos de nuestros propios sueños o ambiciones, que es sorprendente e infinito el mundo de las variantes.

Todos nacemos con el derecho inalienable a vivir de acuerdo a nuestro criterio, en medio de las condiciones en que nos toca desarrollarnos, algunas veces, las cosas no son de acuerdo a lo que elegimos..
Está en cada uno de nosotros, seguir optando (si podemos optar), o someternos a las circunstancias, lo importante es que aquella actitud que tomemos, tienda a hacernos más felices y mejores seres humanos.
Tal vez, la conducta de Karl y de Lotti, tuvo ese objetivo como meta, quizás pudieron hallar momentos buenos o lograr ser mejores personas a través de su conducta para con el otro.
Inescrutables son los caminos que desde las alturas nos trazan, tratemos de transitarlos con dignidad.


Septiembre 2008 /  Elul  5768
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